lunes, 17 de julio de 2000

Dieter calienta motores





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Transición a Kosslick

Gemma Casadevall

Berlín, 17 jul (EFE).- Los festivales de cine, teatro, danza y música de Berlín se reestructuran para sacudirse de encima su aire de provincianismo y asumir la condición de escaparate de la "Nueva Alemania", a pesar de que las arcas de la capital están vacías. El consejo de administración del Berliner Festspiele presentó hoy sus dos grandes bazas para el futuro: Joachim Sartorius, el nuevo director general de la institución, y Dieter Kosslick, designado para llevar las riendas de su estrella, la Berlinale.

El relevo obedece a lo que el senador de Cultura del gobierno regional berlinés, Christoph Stoelzl, calificó de "necesidad imperiosa de cambio".
El argumento de Stoelzl parece fuera de discusión, teniendo en cuenta que Sartorius sustituye a Ulrick Eckhardt, tras 28 años de gestión, y que el antecesor de Kosslick, Moritz de Hadeln, lleva 20 dirigiendo el Festival de Cine de Berlín.
De Sartorius, hasta ahora secretario general del Instituto Goethe, con más de 150 centros dedicados a la proyección internacional de la cultura e idioma germanos, se espera una gestión más orientada hacia el exterior.
Kosslick deberá darle brío a una Berlinale que, tras 50 años de existencia, sigue sin aprobar la asignatura pendiente del "glamour", acomplejada ante sus rivales europeas de Cannes y Venecia.
Como responsable máximo del Berliner Festspiele, Sartorius dice que Berlín no debe mirarse en el espejo de elitistas eventos operísticos como Bayreuth o Salzburgo, sino que se debe medir con los que celebran otras metrópolis europeas, como Londres o París.
Por lo que respecta al festival cinematográfico, Sartorius ha garantizado a Kosslick manos libres en cuanto a contenidos o filosofía, con una única restricción: la presupuestaria.
Esa es la espada de Damocles que pesa sobre toda la oferta cultural de la capital alemana, ya que Berlín ha entrado en el año 2000 con los recursos económicos muy apurados, como consecuencia de la gran mudanza de Gobierno y Parlamento.
Las óperas, cuerpos de danza, orquestas y teatros nacionales tiemblan ante los planes del senador Stoelz de fusionar algunas de estas instituciones para paliar la sequía financiera.
El argumento de Stoelzl es que Berlín no puede sostener una duplicidad operística, teatral y musical heredada de los años de división por el Muro.
Grandes directores artísticos en activo en la ciudad, como Daniel Barenboim, han activado la alarma ante el propósito de fusionar, privatizar o cerrar instituciones.
Barenboim, al frente de la Opera Estatal, amenaza con marcharse, y lo mismo hacen sus colegas Harry Kupfer, de la Opera Cómica y Goetz Friedrich, de la Deutsche Oper.
El gobierno regional berlinés argumenta que no hay alternativa al saneamiento o racionalización, mientras que la administración central ha respondido con la decisión de tomar bajo su protección aquellos eventos considerados de "interés internacional".
El primer lugar lo ocupa la Berlinale, certamen "mimado" por el secretario de Estado de Cultura, Michael Neumann, quien, al parecer, intervino directamente en la designación de Kosslick.
Los primeros resultados del relevo en el festival de cine no se verán hasta el año 2002, ya que el contrato con De Hadeln (quien reaccionó a la orden de retirada con un enfado) no expira hasta mayo de 2001 y el festival se celebra en febrero.
En su pasada edición, en que se celebró el quincuagésimo cumpleaños del festival, la Berlinale se trasladó desde su antigua sede, en el otrora sector occidental, a la Potsdamer Platz, el complejo de multicines y galerías comerciales que simbolizan el "nuevo Berlín".
Pero la mudanza no fue suficiente para erradicar el estigma de provincianismo de esa Berlinale, que estuvo marcada por los plantones de grandes estrellas, como Robert de Niro, quien no se presentó a pesar de que se le entregaba un premio especial al conjunto de su carrera.
Kosslick dispone aún de un año largo de transición, hasta que De Hadeln suelte las riendas de lo que nació como festival de la guerra fría, en el sector "libre", y que las autoridades alemanas quieren convertir en símbolo de la "nueva Alemania", abierta y cosmopolita. EFE gc/dm/mt/vv

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