De Hadeln pasa página con un festival de alto nivel
Berlín, 17 feb (EFE).- La Berlinale cerrará mañana un capítulo
de la historia y dirá adiós a su director, Moritz de Hadeln, quien deja el cargo
tras más de dos décadas de gestión con el orgullo de haber ofrecido un festival
de alto nivel.
De Hadeln se ha prometido no caer en la melancolía cuando
mañana, con la proyección de "2.001: una odisea del espacio" y el reparto de los
Osos, ponga fin a su etapa como "Señor de la Berlinale".
Nacido en Gran Bretaña en 1940 y formado
entre Italia, Francia y Suiza, desembarcó en la Berlinale en 1980 tras recibir una llamada del
ministerio alemán del Interior, de quien dependía el festival.
"Estaba
haciendo la siesta y me sobresalté, porque pensaba que ese departamento solo se
ocupaba de cosas relacionadas con la RAF (Fracción del Ejército Rojo)", explicó
a EFE.
A la enigmática llamada siguió su contratación y un largo periodo
equivalente a "más de cinco legislaturas", dice, durante las cuales han pasado
por sus manos más de 700 filmes.
Sus 22 años de gestión han sido polémicos y
le han llovido palos: en los 80 tuvo una "revuelta de directores alemanes" por
su supuesta falta de apoyo al cine anfitrión; también se le ha acusado de estar
"vendido" a Hollywood y no haber conseguido dar a su festival el "glamour" de su
directo rival europeo, Cannes.
Pero ni siquiera sus detractores negarán que
la "era Moritz" se cierra con un festival redondo, donde ha habido lugar para el
mejor cine de EEUU -"Traffic"-, producciones arriesgadas -la argentina "La
ciénaga"- o de industrias aún en mantillas -la bellísima "Little Senegal"- y,
por supuesto, cine europeo -"Intimacy" o "Chocolat"-.
"Siempre he intentado
ofrecer el mejor festival", responde de Hadeln, con una sonrisa de
autocomplacencia, a la pregunta de si quiso hacerse un "regalo de despedida" y
dar una lección, de paso, a quienes le han achacado en estos años falta de
olfato para el cine.
"Lo que se muestra no depende siempre del director,
sino de lo que hay a mi disposición. Esta no ha sido una Berlinale fácil, porque muchas películas han estado a
punto en el último minuto y otras sencillamente no estaban disponibles",
continúa.
Otra dificultad añadida fueron los "defectos formales" de su
despedida, de los que responsabiliza a Michael Naumann, hasta hace unos meses
responsable de Cultura del gobierno alemán.
"La manera en que se puso fin a
mi trabajo tuvo algo de golpe de estado a la soviética", dice de Haldeln, quien
recuerda que la decisión de Naumann saltó a la prensa la pasada primavera, desde
Cannes, sin serle consultada y ni darle opción a prepararse.
"Hubiera sido
mejor hablar conmigo, concertarlo, contactar con un sucesor...", dice de Hadeln,
quien a duras penas puede disimiular su antipatía o rencor por Naumann.
Al
margen de su interés por constatar ese aire moscovita de su cese o de hablar del
buen nivel de su última Berlinale, a de Hadeln se le notan ganas de presentar su
"cuaderno de buenas notas".
"Mi máximo logro ha sido sobrevivir", dice en
broma, "pero quizás de lo que más orgulloso me siento es de haber abierto la Berlinale a Asia", añade.
El
cine asiático es su "segunda patria cinematográfica" y ello se ha reflejado en
la sección a concurso año a año -este 2.001 hay cinco títulos entre 23
concursantes-, especialmente desde que Zhang Yimou se llevó el Oso de Oro con
"Hong gaoliang", en 1988.
Otro de sus logros, dice, es haber "actuado de
eje" entre las cinematografías del este y el oeste de Europa y haber superado
tanto las dificultades derivadas del aislamiento berlinés, durante la Guerra
Fría, como la gran mudanza, tras al caída del Muro.
"Desde aquí, ahora, todo
se ve muy fácil", dice, en alusión a la Potsdamerplatz, el corazón del "nuevo
Berlín" y también la actual sede de la Berlinale.
"Sin embargo, trasladar el festival desde
su emplazamiento en los años de división, en el oeste, hasta aquí no estaba
exento de riesgos", apunta, en referencia a las incomodidades y algún que otro
desliz ocurrido el pasado año, primero tras la mudanza.
A pesar de que él ya
no estará ahí, De Hadeln se muestra convencido de que la Berlinale seguirá siendo un festival de primer orden
porque, por mucho que las productoras se gasten millones en otros tipos de
promoción, "siempre es más barato concentrarse en un lugar al que acuden 3.500
periodistas".
Eso sí, no esconde el riesgo derivado de la extensión de
nuevas tecnologías, como la digitalización, que impondrán otros métodos de
distribución.
"Internet es más rápido que nosotros y las distribuidoras
deberán estrenar sus películas en cuanto estén, sin esperar a un festival",
dice, por lo que será más difícil para Berlín, Cannes o Venecia convencer a un
productor de que se sujete a su calendario.
A punto de concluir su
"mandato", de Hadeln insiste en que no habrá lágrimas en su adiós ni siquiera en
la ovación de gala, cuando caiga el último telón de "era Moritz".
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