martes, 11 de febrero de 2003

Del sexo explícito de 2001 a la hemorragia de 2003

Chéreau retrata la decrepitud y Schmid muestra la otra Alemania

Gemma Casadevall 

Bildergebnis für son frere berlinale

Berlín, 11 feb (EFE).- Patrice Chéreau dio una de sus lecciones de retratismo, aplicada a la degradación física por una enfermedad mortal, mientras que Hans-Christian Schmid mostró la Alemania pobre y fronteriza en una jornada que se completó con una especie de "Mortadelo y Filemón" holandés que desconcertó a la Berlinale. 


"Es la historia de una agonía, de la decrepitud física hasta la muerte", explicó Chéreau tras el pase de esa película, rodada en escenarios que van de una habitación compartida de un hospital a la playa donde el protagonista decide apurar sus últimos días. 
"Me surgió ese guión en un momento de vacío, con seis meses por delante sin un proyecto concreto, y me lancé a él", dijo Chéreau. 
El retrato de la agonía, narrada desde la perspectiva del hermano del enfermo, no da ni un momento placer o relax al espectador. 
Chéreau refleja en toda su crudeza la vida interna hospitalaria, con rostros, dependencias y puertas que recuerdan a una institución penitenciaria. El hombre joven que ingresó en el hospital queda despojado de todo derecho a la intimidad y obligado a convivir con las heridas y visitas familiares de sus compañeros de habitación. 
El director francés no ahorra al espectador largas secuencias del rasurado integral del enfermo -tórax, axilas y pubis- por dos enfermeras que actúan con esa eficiencia fría requerida por el personal hospitalario para no desmoronarse. 
Implicarse excesivamente en el dolor es tabú en esa profesión, como lo es para Chéreau, que se queda con su tarea de "retratista". 
Para algunos, "Son frere" es una nueva exhibición de sus temas recurrentes -incluida su obsesión por el cuerpo masculino y las escenas homosexuales-. Para otros, un exponente de la realidad del desmoronamiento de un ser humano, minado por la enfermedad. 
Al veterano Chéreau siguió un joven valor alemán, Schmid, quien recordó a la Berlinale que la Potsdamerplatz, territorio de flashes y "glamour" estos días, es también el destino de inmigrantes ilegales polacos, ucranianos y rusos que buscan un puesto de trabajo, generalmente en la construcción, entre los rascacielos del nuevo Berlín. 
La capital alemana es solo un referente en el filme, puesto que "Lichter" -"Luces lejanas"- discurre principalmente entre Fráncfort del Oder y Slubice, a uno y otro lado de la frontera germano-polaca. 
"Quise reflejar una realidad para muchos desconocida, pese a estar a menos de una hora de trayecto en coche", explicó Schmid. 
El joven director alemán logra su propósito. El Festival de Cine quedó confrontado, de pronto, con una Alemania que nada tiene que ver con la imagen de una sociedad de bienestar. 
En Fráncfort del Oder el paro está en el 20 por ciento, recuerda el film. Y los que tienen trabajo, no están tampoco a cubierto, como comprueba un sufrido vendedor de colchones en la ruina, desahuciado por unos créditos que no podrá asumir. 
El panorama laboral y humano en esa región fronteriza alemana no es mucho mejor que en el lado polaco. Pero ello no frena el flujo de inmigrantes a través de Polonia. Unos acaban en manos de traficantes humanos sin escrúpulos, a otros les sale al paso un alma generosa. 
La Alemania pobre se asomó con "Lichter" a la Berlinale, un festival que no disimula ya sus estrecheces presupuestarias -esa es la explicación oficial a todos sus recortes de este año, como supresión de intérpretes y recortes de otros gastos-. 
"Bienvenido a la realidad", se dice en el film de Schmid. Alemania no es lo que era y los recortes y molestias que percibe el visitante internacional en los diez días de vida de la Berlinale, no es más que su superficie. 
La crudeza de Chéreau y de Schmid tuvieron un contrapunto: "Ja zuster, nee zuster", un musical holandés de Peter Kramer, que fue recibido en la Berlinale como lo hubiera sido la inclusión a concurso de "Mortadelo y Filemón": como un cuerpo extraño. 
La estridente parodia somete al espectador a curiosas réplicas de "Singing in the Rain", cantados en un exageradamente gutural holandés y con mímica y vestuarios propios de un carnaval gay. 
Quizás se incluyó para aligerar una sección oficial sobrecogida por películas alrededor de la muerte, la enfermedad o el suicidio, como el "Son frere" de hoy, o "My Life Without Me", de Isabel Coixet, y "The Hours", de Stephen Daldry. La Berlinale lo acogió con una desbandada general, hasta el punto de que en el primer pase de prensa la sala quedó vacía. EFE gc/gsm/egn

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