Ruanda e Hirohito en la penumbra levantan el festival
Berlín, 17 feb (EFE).- La Berlinale volvió hoy a la senda del
buen cine a competición con la visión del genocidio en Ruanda de "Sometimes in
April", de Raoul Peck, la historia imposible de un matón en la francesa "De
batre mon coeur s'est arrété" y un retrato del emperador Hirohito en penumbras
del ruso Alexander Sokurov.
Jacques Audiard hizo creíble un personaje con
punto de arranque insólito -un malo de medio pelo metido a virtuoso del piano-;
Raoul Peck respondió con aplomo al desafío lanzado por "Hotel Rwanda", la
poderosa película de Terry George sobre el mismo tema exhibida unos días antes
en el festival, y Sokurov aportó con el emperador japonés su tercer perfil de
grandes personajes históricos, tras sus anteriores ejercicios sobre Hitler y
Lenin.
El haitiano Peck es quien lo tenía más difícil. Su "Sometimes in
April" parte de una situación simétrica a la aclamada "Hotel Rwanda", exhibida
al inicio de la Berlinale fuera
de competición.
Es decir, el genocidio ruandés, desde la perspectiva de un
matrimonio mixto entre un hutu y una tutsi, a través de los cuales se asiste a
la tragedia con más de un millón de muertos en que la comunidad internacional
falló sin paliativos, puesto que Africa no existe en la agenda de sus
prioridades.
Mismo tema, escenarios casi idénticos -incluido el hotel Mille
Collines, un oasis de humanidad entre la masacre- y la opción del director de no
cargar las tintas con machetes ensangrentados, sino reflejar la matanza en los
ojos de sus protagonistas.
"No he visto 'Hotel Rwanda', pero sea como sea,
doy por buena toda información que llegue al mundo sobre lo ocurrido", explicó
Peck, pese al lógico escepticismo que tal afirmación despertase entre los
presentes: difícil de creer que ambos directores no se hayan "asomado", aunque
sea a posteriori, a filmes tan gemelos.
Las diferencias entre ambos filmes
la marca, básicamente, su tratamiento. George parte de un aspecto -el caso del
hotel Mille Collines y su valeroso mánager Paul Rusesabagina, convertido en un
"Schindler" ruandés- para reflejar ahí la totalidad de la tragedia.
Peck es
más ambicioso y pretende relatar el todo, incluido el proceso posterior del
perdón diez años después del genocidio.
La película de George se apuntala en
el excelente trabajo interpretativo de Don Cheadle y Sophie Okonedo, y Beck
aporta unos actores de menor talla internacional -Idris Elba y Carole Karemera-,
al margen de la presencia discreta de Debra Winger.
"Pero, ¿quiénes son los
buenos y quienes los malos?", fue la pregunta de un corresponsal de la Casa
Blanca a la atribulada portavoz de la secretaría de Estado de EEUU, que resume
la banalidad con que la clase periodística trató de hacerse con un rápido
croquis acerca de dos etnias -tutsi y hutu- rivales, hasta ese abril de 1994
inexistentes en su manual de conflictos internacionales.
"Hay otros
genocidios, además del de Ruanda", dijo Peck, sumándose así al mensaje
transmitido a la Berlinale por
George, quien acudió al festival custodiado por el Rusesabagina de carne y
hueso.
De la crudeza ruandesa a la soledad de un emperador que quiere ser
humano, aunque sea en el momento de la capitulación ante el general McArthur:
Ese es el trasfondo de "Solnze", la tercera pieza de la colección de retratos
históricos realizados por Sokurov, tras el Hitler de "Moloch" (1999) y el Lenin
de "Taurus" (2000).
"No me interesa la parte política, sino la humana del
personaje", prosiguió. Su Hirohito es un hombre exquisitamente culto pero
obligado a vivir ajeno a su pueblo por la extrema rigidez de unas tradiciones
que lo estigmatizan como "hijo de la divinidad del sol".
Millones de
japoneses oyen por primera vez su voz en la alocución comunicando la
capitulación, el 15 de agosto de 1945. Hirohito ha vivido hasta entonces en una
nebulosa imperial.
El film de Sokurov es una pura neblina visual, intensa y
de ritmo extremadamente lento, no exenta de ironía hacia un personaje histórico
para muchos japoneses aún inabordable.
El tercer plato de la jornada lo
brindó Audiard con el competente Romain Duris interpretando a un matón, hijo de
un especulador de tres al cuarto y una concertista de piano, que quiere
recuperar el camino del virtuosismo abandonado tras la muerte de su madre.
La ayudará una genial maestra china -Linh Dan Pham- que no comparte con él
ni el idioma ni mucho menos ese mundo de los bajos fondos en que su pupilo se
destroza las manos a porrazos.
Desde ese punto de partida, a priori tan
difícil de meter en un guión, Audrian teje una historia que atrapa al espectador
y éste acaba dando por bueno cuanto pasa ante sus ojos.
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