jueves, 17 de febrero de 2005

Desafío ruandés

Ruanda e Hirohito en la penumbra levantan el festival

Gemma Casadevall 

Berlín, 17 feb (EFE).- La Berlinale volvió hoy a la senda del buen cine a competición con la visión del genocidio en Ruanda de "Sometimes in April", de Raoul Peck, la historia imposible de un matón en la francesa "De batre mon coeur s'est arrété" y un retrato del emperador Hirohito en penumbras del ruso Alexander Sokurov. 
Jacques Audiard hizo creíble un personaje con punto de arranque insólito -un malo de medio pelo metido a virtuoso del piano-; Raoul Peck respondió con aplomo al desafío lanzado por "Hotel Rwanda", la poderosa película de Terry George sobre el mismo tema exhibida unos días antes en el festival, y Sokurov aportó con el emperador japonés su tercer perfil de grandes personajes históricos, tras sus anteriores ejercicios sobre Hitler y Lenin. 
El haitiano Peck es quien lo tenía más difícil. Su "Sometimes in April" parte de una situación simétrica a la aclamada "Hotel Rwanda", exhibida al inicio de la Berlinale fuera de competición. 
Es decir, el genocidio ruandés, desde la perspectiva de un matrimonio mixto entre un hutu y una tutsi, a través de los cuales se asiste a la tragedia con más de un millón de muertos en que la comunidad internacional falló sin paliativos, puesto que Africa no existe en la agenda de sus prioridades. 
Mismo tema, escenarios casi idénticos -incluido el hotel Mille Collines, un oasis de humanidad entre la masacre- y la opción del director de no cargar las tintas con machetes ensangrentados, sino reflejar la matanza en los ojos de sus protagonistas. 
"No he visto 'Hotel Rwanda', pero sea como sea, doy por buena toda información que llegue al mundo sobre lo ocurrido", explicó Peck, pese al lógico escepticismo que tal afirmación despertase entre los presentes: difícil de creer que ambos directores no se hayan "asomado", aunque sea a posteriori, a filmes tan gemelos. 
Las diferencias entre ambos filmes la marca, básicamente, su tratamiento. George parte de un aspecto -el caso del hotel Mille Collines y su valeroso mánager Paul Rusesabagina, convertido en un "Schindler" ruandés- para reflejar ahí la totalidad de la tragedia. 
Peck es más ambicioso y pretende relatar el todo, incluido el proceso posterior del perdón diez años después del genocidio. 
La película de George se apuntala en el excelente trabajo interpretativo de Don Cheadle y Sophie Okonedo, y Beck aporta unos actores de menor talla internacional -Idris Elba y Carole Karemera-, al margen de la presencia discreta de Debra Winger. 
"Pero, ¿quiénes son los buenos y quienes los malos?", fue la pregunta de un corresponsal de la Casa Blanca a la atribulada portavoz de la secretaría de Estado de EEUU, que resume la banalidad con que la clase periodística trató de hacerse con un rápido croquis acerca de dos etnias -tutsi y hutu- rivales, hasta ese abril de 1994 inexistentes en su manual de conflictos internacionales. 
"Hay otros genocidios, además del de Ruanda", dijo Peck, sumándose así al mensaje transmitido a la Berlinale por George, quien acudió al festival custodiado por el Rusesabagina de carne y hueso. 
De la crudeza ruandesa a la soledad de un emperador que quiere ser humano, aunque sea en el momento de la capitulación ante el general McArthur: Ese es el trasfondo de "Solnze", la tercera pieza de la colección de retratos históricos realizados por Sokurov, tras el Hitler de "Moloch" (1999) y el Lenin de "Taurus" (2000). 
"No me interesa la parte política, sino la humana del personaje", prosiguió. Su Hirohito es un hombre exquisitamente culto pero obligado a vivir ajeno a su pueblo por la extrema rigidez de unas tradiciones que lo estigmatizan como "hijo de la divinidad del sol". 
Millones de japoneses oyen por primera vez su voz en la alocución comunicando la capitulación, el 15 de agosto de 1945. Hirohito ha vivido hasta entonces en una nebulosa imperial. 
El film de Sokurov es una pura neblina visual, intensa y de ritmo extremadamente lento, no exenta de ironía hacia un personaje histórico para muchos japoneses aún inabordable. 
El tercer plato de la jornada lo brindó Audiard con el competente Romain Duris interpretando a un matón, hijo de un especulador de tres al cuarto y una concertista de piano, que quiere recuperar el camino del virtuosismo abandonado tras la muerte de su madre. 
La ayudará una genial maestra china -Linh Dan Pham- que no comparte con él ni el idioma ni mucho menos ese mundo de los bajos fondos en que su pupilo se destroza las manos a porrazos. 
Desde ese punto de partida, a priori tan difícil de meter en un guión, Audrian teje una historia que atrapa al espectador y éste acaba dando por bueno cuanto pasa ante sus ojos. 
Fueron, en total, 356 minutos de cine intenso -139 para Peck, 110 a cargo del hermético Sokurov y otros 107 de Audiard-, en la penúltima jornada a competición de la presente Berlinale. La mayoría asistió a las proyecciones bajo el síndrome de los párpados cansados, pero valió la pena. EFE gc/gsm/eg

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