La poderosa "Hotel Rwanda" se come la jornada
Berlín, 11 feb (EFE).- La poderosa "Hotel
Rwanda" de Terry George, exhibida fuera de competición, se comió la jornada de
la
Berlinale con su impactante
testimonio del genocidio ruandés y dejó relegados al papel de comparsas los
filmes a concurso, la meritoria "Thumbsucker", de Mike Mills, y "Asylum", de
David Mackenzie.
El estadounidense Mills y el escocés Mackenzie vieron
engullidas sus respectivas historias -la de un adolescente que se chupa el dedo,
el primero, y un tortuoso cuadrilátero amoroso de manicomio, el segundo- por la
brutal lección de realidad que es "Hotel Rwanda".
Estaba claro que iban a
tenerlo difícil quienes compartiesen jornada con el esperado film de George y su
magistral dúo protagonista, Don Chaedle y Sophie Okonedo, sin olvidar a los
secundarios de lujo Nick Nolte, Joaquin Phoenix y Jean Reno.
Africa es el
gran tema del 55 Festival de Cine de Berlín, según anunció por activa y por
pasiva su director, Dieter Kosslick. Tras el flojo arranque que tuvo la
Berlinale con "Man to Man", el film
inaugural de Régis Wargnier, llegó la hora de la verdad con George.
"Hotel
Rwanda" es uno de esos filmes que hace sentir vergüenza al occidental ante un
genocidio que, hace apenas diez años, acaparó titulares, y que luego desapareció
de las portadas como si tales catástrofes fueran parte indisociable del
continente africano.
George no necesita derrochar sangre y machetazos para
plasmar la realidad de genocidio insufrible para los ojos de ese occidental que
se sienta en una butaca de la
Berlinale.
Le bastan un par de secuencias, como el
desamparo absoluto en que quedan los negros -hutus o tusis- cuando se evacúa a
la población blanca, animalitos de compañía incluidos, y queda claro que no hay
tropas internacionales para proteger a los huérfanos negros de tres, cuatro o
cinco años que la Cruz Roja arrebata a una muerte segura.
Sin alardes ni
baños de sangre, Nolte personifica perfectamente a una impotente ONU que trata
de contener el caos con disparos al aire de pistola -no está legitimada para
abrir ni responder al fuego-.
Cheadle, en su papel de Paul Rusesabagina, el
manager de un hotel de cuatro estrellas belga arrancado de la vida real, es el
oasis de humanidad que salva a un millar de ruandeses engatusando a corruptos
coroneles hutus con cohibas, cerveza y whisky escocés.
En medio de un
genocidio contabilizado en un millón de muertos, la única salida es el milagro
individual, como el protagonizado por Rusesabagina, su esposa y unos pocos
centenares de tusis, que escapan al destino sólo porque son o se hacen pasar por
ricos.
"Hotel Rwanda" no compite por los Osos, pero estaba incluida en la
sección oficial de la
Berlinale
como catapulta de su promoción europea. Aún así, acaparó la atención de la
jornada frente a las competidoras "Thumbsucker" y "Asylum".
Fue una lástima
para Mills, quien dio una grata sorpresa con una historia que, sobre el papel,
sonaba a estupidez -el difícil paso por la pubertad de un muchacho inseguro y su
curioso dentista Keanu Reeves-, pero que a medida que avanza la película cobra
fuerza.
El buen trabajo del cámara Joaquín Baca-Asay y de los actores Lou
Taylor Pucci -el adolescente-, Tilda Swinton -la madre- y Vincent D'Onofrio -el
padre- llevan al espectador por la senda que quiere Mills -la ironía- y a la
conclusión de que, como dice el "guru" Reeves, chuparse el dedo con 17 años no
tiene por qué ser malo.
La otra película a competición, "Asylum", ofreció
una nueva versión del "bello monstruo" que retrató MacKenzie en su anterior
"Young Adams". En esta ocasión, es un asesino preso en un manicomio, un ser de
alma torturada que toma como presa a la esposa de su psiquiatra, Natasha
Richardson, asimismo claramente perturbada.
"El papel de esa mujer me
enamoró, aunque no sé si eso dice algo bueno de mí", admitió Richardson, en su
presentación a la
Berlinale.
La historia, que empieza en triángulo clarividente y acaba en un enrevesado
cuadrilátero, está tomada de la vida real, según explicó el autor del guión,
Patrick McGrath.
Coloca a la elegante -y luego, venida abajo- Richardson en
los rancios ambientes británicos de los 50, lo que, al decir de MacKenzie,
permite dar a la película "un aire de fábula y la distancia necesaria" para
permitirse licencias con la realidad. EFE gc/rz/ir
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