lunes, 13 de febrero de 2006

Cosido a los talones de un ministro


"El custorio", un espléndido retrato de la soledad absoluta 

Gemma Casadevall 

Berlín, 13 feb (EFE).- El debutante Rodrigo Moreno dio hoy en la Berlinale una lección de buen cine argentino con "El custodio", una espléndida radiografía de la soledad del guardaespaldas, que compartió la jornada con otro retrato masculino inquietante: el de un violador, en la película alemana "Der freie Wille". 
El silencio alrededor de un hombre al que el ministro apenas da los buenos días pese a llevarlo cosido a los talones, el servidor que aguarda las horas que haga falta ante una puerta cerrada, junto al auto blindado o ante el piso al que sube el patrón para estar con la amante: ese es el mundo de "El custodio".

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Las pocas frases que intercambia con su custodiado, con su jefe de protocolo o el chófer son casi monosilábicas, como escuetos son también los cruces de miradas con el guardaespaldas al que no se paga por hablar, sino por no perder ni un segundo la concentración. 
"El guión se me ocurrió una tarde en Buenos Aires, al ver a un funcionario público con dos custodios. Me interesó el silencio de esos hombres", explicó Moreno tras el pase de su película, única concursante hispanohablante de esta Berlinale
De ahí pasó a subirse un día con su cámara de vídeo al auto de un ministro "de verdad" y sus custodios, y desarrolló luego la idea que le dio el premio al Mejor Guión en Sundance. 
La cámara de Moreno hace que el espectador transite, escuche y vea lo mismo que el personaje interpretado por Julio Chávez en una de las mejores actuaciones masculinas hasta ahora vistas en esta Berlinale, con permiso de Alan Rickman en "Snow Cake". 
Todo en "El custodio" funciona a la perfección, hasta el mínimo detalle. Desde el colgante de niña boba en el teléfono de la hija del ministro hasta el rosario que lleva él en su retrovisor. 
Todo tiene su mensaje demoledor y su significado, como puede tenerlo el mínimo gesto al que debe atender el guardaespaldas. Un sujeto sin vida propia, al que ocasionalmente el patrón da trato humano y le pide que agasaje a un invitado haciéndole un dibujo a lápiz, que quedará olvidado junto al café como una servilleta usada. 
Es la soledad absoluta y también una dura crítica social alrededor de las dos realidades en que se mueve el protagonista: la del ministro de Planificación, entre el despacho oficial y el chalé con piscina, y la suya propia, entre su sórdido piso de soltero y las visitas a su hermana en un sanatorio. 
Sólo dos veces saca su pistola: en el karaoke donde celebra su cumpleaños, al arrancarle un camarero chino el micro a su sobrina, y cuando opta por dar a su entorno la respuesta merecida. 
El retrato del guardaespaldas, primer largometraje en solitario de Moreno tras "El Descanso" (2002), obra colectiva, tuvo como compañero a concurso otro ejercicio complejo: meterse en la piel de un violador, como hace el director alemán Matthias Glasner en "Der freie Wille". 
Las circunstancias no eran precisamente propicias. Programar un film de 163 minutos a las nueve de la mañana y encima alemán -lo que para la crítica internacional suele ser sinónimo de pesadez- invita a saltarse la sesión o asistir con intención de ver la primera media hora para regalarse luego un buen desayuno. 
Glasner y su actor, Jürgen Vogel, lograron amarrar a la butaca a quienes se arriesgaron a intentarlo con una historia indigesta, pero a la vez exponente del cine valiente, a años luz de la decepcionante "Elementarteilchen", la superproducción de Oskar Roehler y Bernd Eichinger que abrió la ronda de cine alemán. 
El personaje de Vogel es un violador reincidente que sale en libertad tras pasar años en un psiquiátrico y del que apenas se explica nada. Ni el proceso hasta su primera violación ni por qué dan por hecho sus terapeutas que puede salir a la calle. 
No es propósito de Glasner dar estas explicaciones, sino trazar lo que es la existencia de un individuo de esas características, que trata de llevar una vida normal entre vallas publicitarias de chicas en ropa interior y con el temor constante a cuándo volverá a sentir el impulso irrefrenable que le destrozará a él y a su próxima víctima. 
Fueron 163 minutos de cine duro, con escenas probablemente suprimibles, pero desde luego alejado del término "pesadez" con que se le etiquetó de antemano, en buena medida gracias al buen retrato del laberinto interior del violador que hace Vogel. EFE gc/ih/egn

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