"El custorio", un espléndido retrato de la soledad absoluta
Berlín, 13 feb (EFE).- El debutante Rodrigo
Moreno dio hoy en la Berlinale
una lección de buen cine argentino con "El custodio", una espléndida radiografía
de la soledad del guardaespaldas, que compartió la jornada con otro retrato
masculino inquietante: el de un violador, en la película alemana "Der freie
Wille".
El silencio alrededor de un hombre al que el ministro apenas da los
buenos días pese a llevarlo cosido a los talones, el servidor que aguarda las
horas que haga falta ante una puerta cerrada, junto al auto blindado o ante el
piso al que sube el patrón para estar con la amante: ese es el mundo de "El
custodio".
Las pocas frases que intercambia con su custodiado, con su jefe
de protocolo o el chófer son casi monosilábicas, como escuetos son también los
cruces de miradas con el guardaespaldas al que no se paga por hablar, sino por
no perder ni un segundo la concentración.
"El guión se me ocurrió una tarde
en Buenos Aires, al ver a un funcionario público con dos custodios. Me interesó
el silencio de esos hombres", explicó Moreno tras el pase de su película, única
concursante hispanohablante de esta Berlinale.
De ahí pasó a subirse un día con su
cámara de vídeo al auto de un ministro "de verdad" y sus custodios, y desarrolló
luego la idea que le dio el premio al Mejor Guión en Sundance.
La cámara de
Moreno hace que el espectador transite, escuche y vea lo mismo que el personaje
interpretado por Julio Chávez en una de las mejores actuaciones masculinas hasta
ahora vistas en esta Berlinale,
con permiso de Alan Rickman en "Snow Cake".
Todo en "El custodio" funciona a
la perfección, hasta el mínimo detalle. Desde el colgante de niña boba en el
teléfono de la hija del ministro hasta el rosario que lleva él en su retrovisor.
Todo tiene su mensaje demoledor y su significado, como puede tenerlo el
mínimo gesto al que debe atender el guardaespaldas. Un sujeto sin vida propia,
al que ocasionalmente el patrón da trato humano y le pide que agasaje a un
invitado haciéndole un dibujo a lápiz, que quedará olvidado junto al café como
una servilleta usada.
Es la soledad absoluta y también una dura crítica
social alrededor de las dos realidades en que se mueve el protagonista: la del
ministro de Planificación, entre el despacho oficial y el chalé con piscina, y
la suya propia, entre su sórdido piso de soltero y las visitas a su hermana en
un sanatorio.
Sólo dos veces saca su pistola: en el karaoke donde celebra su
cumpleaños, al arrancarle un camarero chino el micro a su sobrina, y cuando opta
por dar a su entorno la respuesta merecida.
El retrato del guardaespaldas,
primer largometraje en solitario de Moreno tras "El Descanso" (2002), obra
colectiva, tuvo como compañero a concurso otro ejercicio complejo: meterse en la
piel de un violador, como hace el director alemán Matthias Glasner en "Der freie
Wille".
Las circunstancias no eran precisamente propicias. Programar un film
de 163 minutos a las nueve de la mañana y encima alemán -lo que para la crítica
internacional suele ser sinónimo de pesadez- invita a saltarse la sesión o
asistir con intención de ver la primera media hora para regalarse luego un buen
desayuno.
Glasner y su actor, Jürgen Vogel, lograron amarrar a la butaca a
quienes se arriesgaron a intentarlo con una historia indigesta, pero a la vez
exponente del cine valiente, a años luz de la decepcionante "Elementarteilchen",
la superproducción de Oskar Roehler y Bernd Eichinger que abrió la ronda de cine
alemán.
El personaje de Vogel es un violador reincidente que sale en
libertad tras pasar años en un psiquiátrico y del que apenas se explica nada. Ni
el proceso hasta su primera violación ni por qué dan por hecho sus terapeutas
que puede salir a la calle.
No es propósito de Glasner dar estas
explicaciones, sino trazar lo que es la existencia de un individuo de esas
características, que trata de llevar una vida normal entre vallas publicitarias
de chicas en ropa interior y con el temor constante a cuándo volverá a sentir el
impulso irrefrenable que le destrozará a él y a su próxima víctima.
Fueron
163 minutos de cine duro, con escenas probablemente suprimibles, pero desde
luego alejado del término "pesadez" con que se le etiquetó de antemano, en buena
medida gracias al buen retrato del laberinto interior del violador que hace
Vogel. EFE gc/ih/egn
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